Mi quadra

A darle brillo

En la esquina de la Isabel la Católica y Veintimilla se revive día a día uno de los oficios que, de a poco, se ha ido perdiendo. Lustrar zapatos no es solo un trabajo, sino una tradición que don Pepe Caza ha hecho parte de su vida. Entre cepillos y betunes, cuenta su historia y los secretos de esta actividad que combina técnica y pasión.

Son las 9 de la mañana, es un día nublado que apenas está acompañado de unos pequeños rayos de sol. Me bajé del bus: viajé muy apretado, pero es algo a lo que estoy acostumbrado. Ya sobre la calle, sentí un aire frío que me helaba hasta las orejas, mientras me veía rodeado de las personas que a esa hora de la mañana deambulaban por la esquina de la Isabel la Católica y Veintimilla. Apenas crucé la esquina, puede observar a Don Pepe Caza, de 67 años, un lustrabotas que ha pasado gran parte de su vida haciendo su oficio en el mismo lugar: la esquina donde confluyen las tres universidades que se ubican en el barrio.

Don Pepe Caza en su lugar de trabajo

Su puesto de trabajo está construido por un parasol hecho de fundas plásticas, una silla un poco gastada pero cómoda para cualquier cliente y el cajón en el que guarda sus herramientas y que sirve para apoyar los pies. Lleva puesto un gorro para el frío, un buzo por debajo de su camiseta, un calentador y unos brillosos zapatos que podrían servir de espejo; no es para menos, dado su oficio. Su personalidad es serena y tranquila, lo que le ayuda a esperar pacientemente que alguien quiera lustrarse los zapatos. Son pocos quienes buscan este servicio ya que, hoy por hoy, la tendencia es usar zapatos deportivos, aquellos llamados «de estilo urbano». Ese día, yo llevaba mis botas opacas, así que decidí acercarme a Don Pepe y ,con un caluroso buenos días, iniciar nuestra conversación.

Empezamos a hablar de todo un poco, mientras él observaba mis botas con curiosidad y sí, quizás estaban un poco viejas, pero no había nada que él no pudiera arreglar. Así que se sentó en el suelo y empezó a dejar fluir su talento con ellas; entonces comprendí que este trabajo combina técnica, pasión y actitud.

Llegó hace seis años a la esquina mencionada, lugar al que describe como tranquilo y agradable. Con voz algo baja y melancólica, me contó que su esposa y sus dos hijos lo abandonaron hace 26 años. Desde entonces no ha tenido contacto con ellos, por lo que vive completamente solo. Su día empieza a las 4:30 am, se prepara el desayuno, se baña y a las 5:20 am está listo para salir. Toma el bus desde el barrio La América, ubicado en Chillogallo, al sur de Quito, y llega a su esquina aproximadamente a las 7:00 am. Es momento en que se pone manos a la obra e inicia su trabajo. Lo primero es cepillar suavemente el zapato para retirarle el polvo. Después utiliza un cepillo para esparcir una considerable capa de betún sobre él. Mientras hace esto, unos audífonos de color verde sobresalen de sus orejas. ¿Qué podría estar escuchando al vaivén de cada cepillada? No dudé en preguntarle. «Yo solo oigo noticias de fútbol. De guambra me ponía las cumbias y no paraba de escucharlas», dice, mientras yo disfrutaba de ver cómo, poco a poco, relucían mis botas.

–¿De qué equipo es usted? –le pregunto–.

«Yo siempre he sido de El Nacional, mi Nachito querido. No me gusta tanto el fútbol de ahora porque es más moderno, no sé para qué tanta tecnología, tácticas. Pero siempre el fútbol ha sido mi pasión».

Don Pepe me contó que le habría encantado ser futbolista profesional y que el dinero fue un obstáculo para alcanzar este anhelo. Sin embargo, pudo destacarse en la cancha y ganar el campeonato de San Juan, con el equipo Chaupicruz, jugando como back centro: tenía 35 años.

No solo el fútbol ha sido su pasión, sino también el trabajo, en general. Antes de ser lustrabotas fue pintor de casas, oficio que también disfrutó. «Toda mi vida me ha gustado el trabajito honesto, me he encontrado con grandes ingenieros, arquitectos, que me han ayudado y me han dado trabajo. Estoy muy agradecido con la vida y más con mi mamá, que me enseñó siempre a respetar a todos y a ser una buena persona».

La conversación seguía, cuando me percaté de que mis botas ya estaban listas, brillantes. Parecía que llegó el momento de despedirse, pero la conversación estaba tan interesante que Don Pepe se levantó para traer un taburete de una caseta cercana, con el fin de seguir charlando cómodamente. Cruzó la calle y vi que lo hizo con dificultad. Me imaginé que quizás podría ser efecto de la edad pero, al retomar la conversación, me contó que usa una prótesis en su pierna hace mucho tiempo: «Estuve en Guayaquil haciendo unos trabajitos. Me subí encima de unos andamios y se rompió el tablón. Me caí y todo el peso cayó sobre mi pierna, me fracturé prácticamente toda, incluyendo peroné y tibia. Pero vea, yo pude haber recuperado mi pierna, pero recibí una mala atención en el hospital, porque en esa época sorteaban las operaciones. No pude más, me dio gangrena en la pierna, por lo que me tuvieron que amputar».

De pronto, un breve silencio se interpuso entre los dos; sin embargo, a los pocos segundos, replicó con emoción: «Estuve bastante fregado, pero lo que yo digo es que siempre hay que ponerle amor y cariño a la vida».

Para estar con los ánimos arriba y tener el ñeque que necesita la vida, Don Pepe confiesa que, de cuando en cuando, se da sus gustitos. Cuanto tiene plata se va a comer un buen yahuarlocro o una rica guatita. En eso coincidimos, le digo: también me gustan esos manjares criollos. 

La mañana transcurría y aún había más historias que contar. «Cuando era guambra, me puse a boxear en la Concentración Deportiva de Pichincha. Al principio fue por curiosidad, pero luego no me detuve, le entré con todo y me fue bien, la verdad. Fui vicecampeón y también participé en el campeonato ‘Guantes de oro'».

Con este relato sobre su faceta como boxeador, cerramos nuestra conversación. Con un fuerte apretón de manos, nos despedimos. Yo me fui del lugar y él también, una de las ventajas de su trabajo es la flexibilidad de su horario. Hacia el mediodía, luego de trabajar desde las siete, por lo general, encarga sus herramientas en la iglesia de El Girón y se va a dar vueltas por el barrio hasta que anochezca para regresar a casa. Mañana será un nuevo día para servir a los transeúntes que, en la esquina de las universidades, buscan quién les dé brillo a sus zapatos.

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