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De cristales y colores: un recorrido por la vida de Ale Moshenek

La artista Ale Moshenek vive hace veinte años en La Floresta. Siempre le gustó este sector, por lo que decidió montar su taller aquí. En este espacio muestra su trabajo, enfocado, principalmente, en vidrio. Desde la adolescencia se sintió atraída por el arte, tras recorrer algunos caminos, decidió especializarse en este material. Hoy, es reconocida por sus obras en las que las formas translúcidas hablan por sí solas. 

Por: Leslie Santos y Emily Guerra

Con un exquisito olor a café, Ale Moshenek nos recibe en su casa ubicada en el barrio La Floresta. Quiteña de nacimiento y de corazón, desde los 5 años vivió en Tumbaco, lugar que le hizo vivir algunos de sus momentos más felices, durante su niñez. Mientras sonríe, recuerda lo mucho que le gustaba pasear por su barrio, a bordo de su bicicleta. En su adolescencia, su vida dio un giro inesperado cuando, a los 17 años, se enteró que estaba esperando a su primera hija; luego de 6 años nació la segunda. Con ambas mantiene una estrecha relación, fundamentada en el gran amor que siente, lo que se ve reflejada en la forma en la que habla de ellas.

Respecto al arte que es parte de su vida, Ale se autodenomina como una acuarelista en vidrio. Siempre le gustó el arte, fue en su adolescencia cuando aprendió a pintar con acuarelas; pinturas en su pared, que le traen memorias de su pasado, lo demuestran. Su carrera empezó estudiando diseño gráfico en el Instituto Metropolitano de Diseño, La Metro. Más adelante se convirtió en profesora de arte, labor en la que continúa hasta hoy. Cuando su hija mayor entró al colegio se planteó un objetivo: encontrar su propio camino dentro del arte.

Empezó experimentando con el vidrio. Su primera impresión fue que, a pesar de que le parecía interesante, sentía que este material funcionaba solamente para hacer grandes ventanales para las iglesias. Continuó su exploración, lo que llevó a presentar su primera exposición en la que mostró objetos lumínicos y una obra destacada a la que llamó “La Francisca”, una lámpara hecha con moldes de yeso de mujeres embarazadas. Esto le despertó la idea de que trabajar solo con vidrio podía ser un tanto limitado, por lo que probó con la técnica de la vitrofusión de la mano de una amiga chilena. Poco a poco, empezó a ver como sus trabajos se hacían reconocidos, por lo que fue necesario incrementar y tecnificar la producción. Ale comenta que en ese momento pensó que era importante adquirir conocimientos formales, ya que hasta ese entonces todo fue empírico. Por eso, se fue a estudiar vidrio durante nueve meses en la Fundación Centro Nacional del Vidrio, en San IIdefonso, una localidad cerca de Segovia, en España, donde aprendió más sobre su arte. Además, estudió una maestría en Gestión Cultural, ya que no solo le apasiona lo artístico, sino también la investigación. En este contexto, investigó sobre la historia del vidrio en el Ecuador y los museos de las comunidades andinas. Actualmente, tiene un proyecto en el que investiga sobre cómo hacer mullos para joyas con material reciclado.

Mientras cuenta sobre sus proyectos, Ale confiesa que cree en las energías y en el poder de la palabra. Confía en las prácticas como las limpias; mismas que las vive como procesos de autoconocimiento. De ellas destaca las raíces indígenas asociadas a estas, las cuales considera que, poco a poco, se han ido desvaneciendo. Se ve a sí misma como una persona que ha aprendido de su pasado y que decidió vivir más allá de eso. Todo lo que tuvo y no tuvo antes, lo agradece; trata de no pensar mucho en el futuro, sino de vivir el presente. Se considera una persona romántica, dice que es alguien que cree en la pareja. Está convencida de que admirar al otro es una de las claves para vivir una relación duradera. Para ella, el amor no es eterno; este puede acabarse, igual que la pasión, sin embargo, admirar a la pareja será lo que haga prevalecer a la relación.

Hay varios momentos que han marcado la vida de esta artista, entre ellos están sus viajes. Vivir y estudiar en España le dejó gratos recuerdos, así como estudiar en Escocia, en donde asistía a una escuela especializada en vidrio. Cuenta que siempre se sintió atraída hacia este lado del mundo, no sabía por qué, hasta que un análisis de ADN que le hicieron a su papá para saber la procedencia de su apellido, demostró que las raíces de su padre estaban en Irlanda. Estas raíces, según cuenta, serían la razón de su conexión con este lugar.

Hablando de lugares, Ale se refiere a La Floresta como el barrio en el que siempre quiso vivir. Hoy, ya son veinte años que habita en este sector. Cuenta que cuando se mudó, la zona no tenía esa característica que tiene ahora, ser un barrio con un aire artístico y cultural. Sin embargo, esa cercanía entre sus habitantes, ese rasgo de vecindad que siempre tuvo, a su criterio, todavía está presente. Esto es, precisamente, lo que más le gusta del barrio, el poder caminar por sus calles con árboles y casas perdidas en el tiempo y el hecho de que sea céntrico. “Si necesitas ir a comprar pan, te vas caminando, o, si buscas una ferretería, te vas caminando, aquí tienes todo lo que necesitas. La Floresta es el Londres de Quito”, señala.

Y es que Alexandra disfruta de las cosas simples de la vida, así como cree firmemente que hacer lo que a uno le gusta es lo más importante. La pasión que se le pone a lo que se haga es la receta del éxito.

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